viernes, 19 de abril de 2013

¿QUIÉN MATÓ A JORGE ELIECER GAITÁN EN COLOMBIA?

            LA MUERTE DE GAITÁN EN COLOMBIA ARRANCÓ LA VIOLENCIA                                                                                               Por  Marco   Antonio Reyes

          
            
                                                                                     
Sesenta y cinco años se cumplieron  en este  año 2013 del asesinato del candidato a la presidencia de Colombia  y lider liberal Jorge Eliecer Gaitán,acaecido un 9 de abril de 1948 a plena luz del dia en Santa Fe de Bogotá y conocido como el Bogotazo.Hecho que marcó la historia de este país con el inicio de una violencia política partidista que desembocó luego en una  insurgencia  armada que tomó los postulados comunistas, formando la organización guerrillera de las Farc y los otros grupos que se crearon luego.Asesinato que si bien es cierto tiene un autor material que la historia reconoce en el nombre de Juan Roa Sierra,para varios analistas no deja de ser una gran cortina de humo que oculta los autores intelectuales de este magnicidio que hoy deja sentir sus ecos en un conflicto armado que está por resolver y que tiene a esta nación y a la comunidad internacional en expectativa,.siendo el conflicto armado mas antiguo de toda América y uno de los más prolongados en el mundo.
A continuación ofrecemos  algunas de las versiones entregadas por el periódico el Espectador, por historiadores como Jorge Serpa Erazo,quien hace un relato sintético de los episodios que enmarcaron el homicidio de Jorge Eliecer Gaitán y una crónica del periodista Ivan Serrano de Noticias RCN en el siguiente enlace http://www.youtube.com/watch?v=WDKvkkQ79YQ

Tomado de el Espectador.

Dentro del reino de la crispación política colombiana y en el contexto de la Guerra Fría entre las potencias aglutinadas en el campo socialista y capitalista, las hipótesis sobre el crimen de Jorge Eliécer Gaitán, mutaron desde la teoría del criminal anónimo y solitario, encarnado en Roa Sierra, a la amenazante conspiración internacional, urdidas por el comunismo presidido por el régimen de Moscú.
El gobierno de Mariano Ospina Pérez acogió los señalamientos sobre el comunismo internacional y expresó que poseía pruebas de que agentes de ese sistema político tenían responsabilidad directa en los actos de violencia que sacudieron a Bogotá.
Adicionalmente, el gobierno confirmó la detención de varios extranjeros vinculados a la creación de los actos de anarquía, pero de manera curiosa nunca reveló ante la prensa internacional acreditada en Bogotá para la IX Conferencia Panamericana, los nombres de los individuos sospechosos y tampoco ofreció detalles reveladores sobre las acciones delictivas imputadas.

De manera curiosa, varias voces del conservatismo habían advertido el 15 de noviembre de 1947, la gestación de un plan subversivo para torpedear la cumbre interamericana. Y el 13 de febrero de 1948, dos meses antes de iniciarse la conferencia, el periódico La Patria de Manizales destacó en sus noticias que Jorge Eliécer Gaitán había recibido dinero de la Unión Soviética para organizar actos de sabotaje contra la cita continental de mandatarios.
De hecho, el fantasma del comunismo recorría los titulares de la prensa internacional. Y en Colombia la edición del diario El Tiempo del 9 de abril de 1948 destacaba en sus páginas de información General Cablegráfica, suministrada por las agencias de prensa de la United Press y la France Presse, acerca del descubrimiento de un vasto plan subversivo comunista hallado en Brasil y las tácticas expansionistas de la Rusia Soviética sobre Francia.
Colombia no escapaba a las tensiones del orden internacional surgido de la postguerra europea, y el Plan Marshall se convertía en la rampa de lanzamiento de la conquista norteamericana de los mercados de la Alianza Atlántica.
También desde Francia se barajaban hipótesis sobre el drama colombiano. Un ejemplo de ello es que la prensa del país galo no escatimó esfuerzos en considerar que los acontecimientos de Bogotá constituían una oscura y efectiva maniobra comunista para hacer fracasar la IX Conferencia Panamericana.
La teoría de la conspiración ganó nuevos y poderosos adeptos dentro de la prensa de capitales como Buenos Aires, Río de Janeiro, Londres y Caracas. En todas ellas, tanto los periódicos como las emisoras, amplificaron el coro internacional del largo brazo de Moscú como el responsable de haber incubado el germen de la conjura anarquista en los tristes y confusos sucesos del 9 de abril.
Pero tampoco las autoridades colombianas se iban a quedar cortas de vuelo en la construcción de las pistas que condujeran a capturar a los autores del magnicidio. Y sin lugar a dudas, la tesis de la intromisión extranjera desde la perspectiva de las tierras de Gonzalo Jiménez de Quesada, alimentó con nuevas y audaces premisas el imaginario policíaco sobre el caso Gaitán.
La más elaborada y sutil de ellas, documentada por las autoridades de ese periodo y publicada en los periódicos de ese año, da cuenta de encuentros furtivos y sospechosos observados en el Café Colombia por experimentados funcionarios del Ministerio de Justicia en horas previas al crimen. Los curtidos y dedicados empleados públicos se ubicaron cercanos a una mesa ocupada por cuatro inviduos que susurraban palabras en voz baja y que nunca perdieron de vista el edificio que albergaba las oficinas de Jorge Eliécer Gaitán.
El olfato policíaco de los oficinistas del Ministerio de Justicia los hizo intuir que dos de los sigilosos y discretos sujetos eran extranjeros por el rudo e incomprensible acento de sus palabras. A pesar de la barrera lingüística y de la ininteligible conversación sostenida por los agentes extranjeros, los funcionarios colombianos escucharon reveladoras frases que hablaban de explosiónes letales y celadas funestas contra el líder carismático del Partido Liberal.
Las enormes dificultades investigativas que enfrentaban los investigadores del caso los llevaba con frecuencia a deshechar sus originales y complejas hipótesis para acogerse a nuevas y atrevidas suposiciones criminales. La última de ellas promovía la conjetura probable, según las cuales, Juan Roa Sierra fue visto en compañía de un alcalde de una población vecina a Bogotá y por efecto del alcohol pronunciaron palabras que guardaban relación con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
Las autoridades de la época sí pudieron comprobar con rigor que Juan Roa Sierra compró por $75 un revólver a Enrique Rincón, que había conseguido los proyectiles con Enrique Ibañez y lo vieron reunido con varias personas en el Café Gato Negro en los días previos al magnicido.
Lo más sorpredente es que debieron transcurrir varias décadas para que en 1982 se conociera sobre una investigación secreta realizada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos acerca del asesinato de Gaitán y en la que se evidenció la falta de pruebas sólidas para responsabilizar del asesinato a los comunistas colombianos o extranjeros.
En el libro Documentos de la Embajada, 10 años de la historia colombiana según diplomáticos norteamericanos (1945-1953), su autor David Fernando Varela sostiene que Washington no estuvo satisfecho con la tesis del complot comunista porque “minimizaba la participación de gaitanistas y estudiantes izquierdistas en los disturbios”.
Según Varela, a pesar de que los funcionarios del Departamento de Estado no desestiman la participación de la izquierda internacional en los hechos del 9 de abril, igualmente no descartan que el partido liberal “cuenta con elementos tan violentos como los comunistas y ellos pudieron estar activos en Bogotá entre el 9 y el 11 de abril”.
Hasta ahora, lo único cierto es que a través de estos años de historia, el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán es un secreto que Juan Roa Sierra, el autor material del asesinato, se llevó a la tumba.


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El complot de los rosacruces
Lo cierto es que después de los acontecimientos, se supo muy poco sobre la vida de Juan Roa Sierra y de los intereses que hubieran podido motivar al hombre que apretó al gatillo para llevar a cabo el magnicidio político más importante y doloroso del siglo XX en Colombia.
La leyenda criminal, tejida alrededor de su personalidad misteriosa y de su final trágico a manos de una turba enardecida que linchó su cuerpo, lo sitúan en el sombrío mundo de la religión Rosacruz, la conocida orden esotérica cuyos orígenes datan del siglo XVII, pero que fue fundada por Christian Rosenkreuz, un reconocido caballero del siglo XV.
En la diligencia meticulosa del levantamiento del cadáver de Juan Roa Sierra, adelantada en el atardecer del 9 de abril por Jorge Ignacio Cadena, Secretario del Juzgado Permanente, se retiró de la mano derecha del cuerpo un anillo de metal blanco que tenía incrustada la insignia de la muerte, representado con la imagen de una calavera sobre dos fémures cruzados encerrados en una herradura, un signo revelador de la buena suerte, tan lejana a su vida infortunada.
Los hermanos mayores de Roa Sierra, Manuel Vicente y Rafael, aparecieron temerosos ante las autoridades militares y en sus rostros delataban la penosa y triste travesía en juzgados y cementerios para identificar el cuerpo de su familiar.

En el duro trance del levantamiento del cadáver, los funcionarios del Juzgado Permanente Central, levantaron un capote impermeable y los hermanos Roa Sierra vieron por primera vez el cuerpo desnudo de su hermano con una corbata en el cuello.

Observaron con horror el rostro desfigurado y parpadearon con sorpresa cuando miraron su cuerpo y lo encontraron intacto. Carecía de heridas y hematomas. Los peritos les dijeron en tono compasivo que la muchedumbre que arrastró el cuerpo hasta Palacio no se había ensañado contra el cadáver de Juan sino contra su cara.
Agregaron además, que esa conducta podía explicarse porque la gente que lo linchó en San Francisco huyó del lugar y otros sublevados lo recogieron muerto y después lo arrastraron hacia las calles cercanas a Palacio.
Manuel Vicente y Rafael confesaron en en el proceso de indagatoria que vivían alejados de Juan Roa Sierra y que su hermano menor viviá con su madre Encarnación de Roa en el barrio Ricaurte. Dijeron también que había nacido el 24 de noviembre de 1921 en Bogotá, en el seno de una familia de 14 hijos.
La noticia del crimen cometido por su hermano sorprendió a Manuel Vicente y a Rafael mientras atendían sus actividades de ganadería y en el transporte como conductor de un taxi rojo en la ciudad, respectivamente.
En sus confesiones abrieron la intimidad de Juan Roa Sierra a las autoridades cuando sometidos a la presión de los investigadores que adelantaban las diligencias, declararon que su hermano menor frecuentaba en una pieza arrendada de la casa a una amante conocida con el nombre de María de Jesús Forero.
La sorpresa de los jueces de instrucción criminal encargados del caso fue mayúscula al escuchar de los labios de sus hermanos de sangre que Juan Roa Sierra tenía una hija de tres años como fruto de esa relación amorosa.
Los familiares develaron el misterio de las inclinaciones religiosas de Juan Roa Sierra, revelando su afiliación a la religión Rosacruz y de sus temporadas de reclusión en el asilo de Sibaté. María de Jesús igualmente le comentó a los jueces que su compañero se colocaba frente al espejo con velas y cargaba en su mochila el libro Dioses Atómicos que le había regalado un quirólogo alemán.
En una carta firmada por Luis Roa Sierra el 16 de abril de 1948 y dirigida al diario El Tiempo habló de la dedicación del padre a las labores de ornamentación y defendió el legado de austeridad y modestia recibido de sus progenitores.
Asimismo, explicó las actividades laborales de Juan Roa Sierra como vulcanizador de llantas y defendió su inocencia frente al crimen con el que pagó su vida, alegando que nunca tuvo conocimiento de que su hermano menor “hubiera sido conducido por las autoridadesa a responder por delitos de ninguna naturaleza y de esto pueden dar fe los vecinos de la casa de mi madre, donde él residía y las personas que lo conocieron”.
Pero el recuerdo de la tragedia en la conciencia nacional quedó grabado en la memoria de los colombianos de esa época con las fotografías desoladoras divulgadas en los días posteriores por los diarios El Tiempo y El Espectador, que mostraban los centenares de muertos que cayeron en las calles y plazas de Bogotá por la ola de vandalismo en que desembocó la protesta popular.
*Periodista y escritor colombiano.


Por Jorge Serpa Erazo
Historiador y Escritor
Las esperanzas de una sociedad más justa terminaron con la muerte del líder que encarnaba las esperanzas de los más pobres.
Sobre el 9 de abril de 1948 se pueden escribir muchas cosas, pero sin duda las tres balas que segaron la vida de Jorge Eliécer Gaitán Ayala se convirtieron en el detonante que partió en dos la historia del siglo XX en Colombia
Pero, ¿qué significaba Gaitán en la sociedad colombiana para que ella reaccionara de la manera como lo hizo ante su asesinato? Nacido en Manta (Cundinamarca), Gaitán llegó a ser uno de los mejores penalistas y políticos de la época. Estudió en la facultad de derecho de la Universidad Nacional en 1925 y se graduó magna cum laude, en derecho penal en la Universidad de Roma. La astucia y habilidad política hicieron de Gaitán un verdadero caudillo que despertó admiración y se entronizó en el corazón de su pueblo. Fue el capitán del "país nacional" que se enfrentó valerosamente al "país político", señalando la politiquería, la corrupción, el fraude y el engaño como las plagas que carcomen a la Nación, oprimen al pueblo y no permiten progresar. Esta labor no sólo la realizaba en el Congreso de la República sino en la oficina de abogados que él tenía, lugar donde sucedería el magnicidio.
Al ataque
En la mañana de ese día, Juan Roa Sierra, un joven esquizofrénico que vivía en el barrio Ricaurte, salió de su casa sin bañarse ni afeitarse. Vestía un raído traje carmelita de paño rayado, zapatos amarillos rotos y un sucio sombrero de fieltro. A las 10 de la mañana se dirigió al centro de la ciudad, al famoso café Gato Negro, popular sitio de reunión de intelectuales, periodistas, poetas y bohemios, localizado a pocos metros del edificio Agustín Nieto, donde Gaitán tenía su oficina de abogado.
A las 9 de la mañana el caudillo llegó a su oficina. Hacia el medio día Roa Sierra se dirigió a la oficina del penalista. La secretaria, Cecilia de González, atendió la inesperada visita del extraño que solicitaba entrevistarse de inmediato con el jefe liberal. Al no ser atendida su petición Roa Sierra abandonó la oficina con muestras de altanería y desagrado, y se ubicó sobre la carrera séptima, cerca de la puerta del edificio.
Entre las 12 y la una de la tarde arribaron a la oficina Jorge Padilla, Alejandro Vallejo, Pedro Eliseo Cruz y Plinio Mendoza Neira, amigos personales de Gaitán. Hacia la una de la tarde Mendoza Neira invitó a los asistentes a almorzar al Hotel Continental: "Acepto, Plinio, pero te advierto que yo cuesto caro", contestó Gaitán. Al salir del ascensor Plinio Mendoza tomó del brazo a Gaitán y detrás siguieron Cruz, Padilla y Vallejo. En el momento que llegaron a la puerta del edificio, siendo la 1:05 de la tarde, Roa Sierra apuntó con el revólver a Gaitán, quien de inmediato se desprendió de Plinio y trató de regresar al edificio. En ese instante el homicida disparó tres veces sobre él. Apremiados por la inesperada circunstancia sus acompañantes buscaron un vehículo para llevarlo a la Clínica Central. Allí falleció cuando su amigo y médico Pedro Eliseo Cruz se disponía a practicarle una transfusión de sangre.
'El bogotazo'
Estupefactos, los transeúntes, loteros y lustrabotas del sector empezaron a gritar: "¡Mataron al doctor Gaitán!, ¡mataron al doctor Gaitán!, ¡Cojan al asesino!". Un cabo de la Policía capturó a Roa Sierra, lo golpeó y lo desarmó e ingresó con él a la droguería Granada cerrando la reja para proteger la vida del homicida. Cuando se le inquirió por las causas él respondió: "No puedo.son cosas poderosas que no puedo decir". Luego la turba enfurecida que se había formado en minutos sacudió la reja y la abrió. La muchedumbre ingresó y un lustrabotas le pegó con su caja de embolar en la cabeza. Roa Sierra cayó al piso. Lo sacaron de la droguería y sobre el andén lo masacraron.
La noticia de la muerte del jefe del liberalismo se difundió a todo el país. En Bogotá la turba que se había congregado frente a la Clínica Central bajó a la carrera séptima y engrosó la marcha macabra que se dirigía a Palacio. Al llegar a la carrera séptima con calle octava, desnudaron el cadáver de Roa y amarraron los pantalones a un palo para ser agitados como bandera revolucionaria mientras gritaban "¡Viva Colombia! ¡Abajo los godos!". En las otras ciudades del país la revuelta estalló en focos dispersos, parciales, en actitudes grupales o aisladas, pero reflejaban la situación de indignación del pueblo liberal.
Al llegar a Palacio los manifestantes arrojaron el cuerpo desnudo de Roa Sierra contra la puerta principal. De inmediato salieron del Batallón Guardia Presidencial 80 soldados al mando del teniente Silvio Carvajal y procedieron a dispersar a los manifestantes, quienes abandonaron el lugar replegándose hacia la Plaza de Bolívar.
Algunos grupos de revoltosos se congregaron en las esquinas bordes de la Plaza de Bolívar. Comenzaron los incendios en el sector; primero ardió el Palacio de San Carlos, luego la Nunciatura Apostólica, los conventos de las Dominicanas y de Santa Inés, la Procuraduría General de la Nación, el Instituto de la Salle, el Ministerio de Educación, la Gobernación de Cundinamarca, el Palacio de Justicia y los tranvías. A la par de los incendios se iniciaron los saqueos a los almacenes, joyerías y platerías.
A las 3 de la tarde salieron de la Escuela de Motorización (hoy Grupo de Caballería Mecanizado Rincón Quiñones), tres tanques de guerra y seis carros blindados al mando del capitán Mario Serpa rumbo a la Plaza de Bolívar. El capitán Serpa, para evitar el uso de las ametralladoras con que estaban provistas sus unidades blindadas, abrió la escotilla y trató de persuadir a los manifestantes para que se retiraran. En ese instante tres tiros hirieron mortalmente al capitán. De inmediato los tanques dispararon sobre la multitud.
Aunque el sector del Palacio Presidencial fue controlado por el Ejército, la autoridad en la capital desapareció. Los policías se sublevaron, apoyaron la revuelta, distribuyeron fusiles entre espontáneos francotiradores y, en la Quinta Estación, trataron de organizar con algunos líderes gaitanistas una junta revolucionaria para darle alguna dirección al movimiento insurgente y tumbar el gobierno de Ospina Pérez.
Hacia las 6 de la tarde llegaron a Palacio Darío Echandía, Carlos Lleras, Plinio Mendoza y Luis Cano. El presidente los recibió con sorpresa, pues él no los había invitado. Los dirigentes sugirieron que la solución era la renuncia del primer mandatario. Ospina les manifestó que eso provocaría una guerra civil, pues en el resto del país la situación estaba controlada, los gobernadores y alcaldes le respaldaban y las Fuerzas Militares adelantaban los operativos necesarios para restablecer el orden.
A medida que iban pasando los días la situación se fue normalizando: el 10 de abril Ospina nombró ministro de Gobierno al dirigente liberal Darío Echandía, el 11 de abril Laureano Gómez viajó rumbo a España, el 13 de abril se reanudaron la sesiones de la Conferencia Panamericana; en fin, la ciudad volvió a su tranquilidad y la violencia continuó, como fue habitual desde la década de los años, en las provincias y zonas rurales del país.
Qué cambió
Si después del asesinato de Gaitan Bogotá volvió a la normalidad, no hubo ningún cambio estructural en el gobierno ni en sus instituciones y la violencia partidista no nació a partir de este acontecimiento, ¿por qué el homicidio de Gaitán cambió la historia de nuestro país?
Porque su muerte recrudeció la exclusión y persecución política del contrario e hizo patente la crisis de legitimidad del Estado. La violencia que se generó en el campo provocó un desplazamiento masivo de la gente hacia las urbes, y fue de esta manera como las ciudades empezaron a tener asentamientos humanos subnormales conocidos como tugurios.
Los pobres de entonces engrosaron la clase media y los emigrantes y desplazados del campo formaron el estrato bajo e indigente que vive entre la penuria y el hambre. Esa nueva clase social, miserable y desposeída hasta de la esperanza, que sólo se tuvo en cuenta como un fenómeno migratorio, años más tarde sería otro factor de desestabilización que afectaría, al final del siglo XX, a toda la Nación colombiana.
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Miguel Ángel Flórez Góngora* | elespectador.com